Escribo. Es lo que hago más o menos bien. Es lo único que sé hacer. A menudo sueño, dormido, nunca soy lo suficientemente cursi para soñar despierto, con la presentación de mi libro. El suelo de la sala medieval cubierto cuentos míos, un par de dibujos que hizo mi compadre Lucho, inspirados en mis relatos, y yo frente a tres o cuatro gatos diciendo mil incoherencias. Aplaudan ociosos. Gracias.
Mi despertador suena a las seis y media de la mañana. Corro a apagarlo y vuelvo a la cama diez minutitos más. Total puedo hacer el trabajo en dos horas, no sé por qué tanta preocupación, si son diez minutitos más. A las siete y treinta me levanto desesperado, maldiciendo en tres idiomas mi falta de voluntad. No me va a alcanzar el tiempo. Mañana me despierto a las seis. No hay otra manera. Sí… claro.
Me he acostumbrado a romper promesas que hago con devoción de cura arrepentido. Me arrepiento a los tres segundos de no mantener mi palabra, pero es demasiado tarde, princesa, como diría el maestro Sabina. Cuando la vida se desquita con toda justicia y razón, no hay derecho a maldecir al viento. Véngate cuanto quieras, grito si algo sale mal. La vida siempre te pasa factura.
Envidio a quienes el cable muestra en los estadios de Argentina. Cómo será estar allá, pregunto. Intento adivinar la vida que tienen, en qué diablos estará pensando, el ambiente que se forma cuando Boca Juniors sale a la cancha, qué tendrán que hacer después, cómo serán sus familias. Tengo que ir algún día, tengo que conocer el estadio de Boca. Tengo que ir algún día, no una fecha definida, algún día.
Toco la guitarra. Creo que toco la guitarra. He dado, ya cinco o seis conciertos imaginarios, a los que solamente han asistido, mi computadora, todos los libros de mi estante y un peluche el peluche del Chavo del Ocho que me regaló una de mis superhéroes favoritos y se divirtió a rabiar con la selección de grandes éxitos que escuchó. Alanis Morissette, Oasis, BB, Duncan Dhu. Hay de todo, como en botica.
Camino hablando conmigo mismo. Soy despistado al extremo. Saludo en la calle a personas que estoy seguro, no he visto en mi vida. Cuando una chica bonita me saluda, me provoca decir, La verdad no sé de donde diablos te conozco, pero dejo que se pierda en la muchedumbre, con la esperanza de encontrarla otra vez o de acordarme quién es, no pasa ni lo uno ni lo otro. No sé manejar carro, No sé manejar mi vida.
Soy hincha de Alianza, no hay nada más bonito en la vida que gritar un gol de Alianza así estemos perdiendo como siempre. Me paralizo de miedo ante lo desconocido, me peleo conmigo mismo cada cinco minutos, me enamoro cada cuatro, no pongo las manos al fuego por mí, ni loco. Entro diariamente a este blog, esperando que tenga diez mil visitantes. Escribo en él, deseando que quien pase por aquí piense que el viaje involuntario y leer mis historias, ha valido la pena.
Noel, a la gente en el Perú le cuesta trabajo opinar, escribir cartas, ser cortez. Eso no quiere decir que no lean los blogs. Un buen porcentaje de internautas viven y respiran con los blogs, aunque la mayoría no los comenten. Estamos en la era digital, y la literatura es la que mayor provecho saca de ella. Es seguro.