Patricia

Posted by luis | Posted in | Posted on 8:07:00 p. m.


Se llamaba Patricia y cantaba como los dioses. Ése era una de sus virtudes. La otra era dejarme estúpido y con la mente en blanco cada vez que se ponía frente a mí. Sonreía de la forma más irónica que podía cada vez que la invitaba a salir. Se reía de mis estratégias avejentadas en la rutina, luego acariciaba mi rostro y diciendo bye desaparecía detrás de su puerta.

Se llamaba Patricia y era endemoniadamente bella. Nunca pude imitar su estido achorado-desahuevado de ver la vida. Para mi solamente importa el momento, para mi también, respondía, tratando de aparentar lo que no soy. Al rato miraba mi reloj, Tengo que estudiar. Y todo mi espíritu de ¿calle? se esfumaba ante el estúpido temor de reprobar un curso. ¿Ella?, ella se quedaba en la disco, sola

Se llamaba Patricia y siempre tenía dinero ajeno en los bolsillos. Cuando me falta algo, consigo un enamorado que me lo compre. ¿Quieres salir conmigo?, saca plata pues. Prometí, más de una vez, ahorrar cada centavo, cada peseta, cada moneda de 10 céntimos para salir con ella, pero mis ganas de comprar todos los libros del planeta, me derrotaron.

¿Si salió conmigo? Sí, salió dos veces. La primera pasó el rato reprochándome que fuera un hijito de papá, como decía ella. Después de insultarme a su gusto y arrastrar mi ego por el suelo enfangado de Trujillo, me besó en los labios, así como quien no quiere la cosa, y me pidió que la ayude con su tarea de computación. Ya pues, tú sabes bastante de ello. Acepté.

Si bien es cierto que el amor te vuelve estúpido, los problemas aparecen cuando ya eres estúpido y encima te enamoras. Patricia (le decían “Putricia” de cariño) llegaba a mi casa, prendía la PC, almorzaba sin invitación, tocaba mi guitarra, me gritaba y se iba. ¿Por qué no le decía nada?, por que no podía ni hablar cuando estaba cerca.

Si habría Olimpiadas de la manipulación ella se llevaba el oro, suavecito, sin arrugar su uniforme. Sería normal, verla ahí, paradita en el podio con cinco mil medallas, el estadio rindiéndose ante su cabellera rubia (pintada pero bien cuidada), y ella ahí, linda tratando de planear una estratégia para sacarle plata a su entrenador, yo. La segunda vez (que salí con ella), fue la única vez que la vi llorar.

Quizá fue la emoción de aprobar el examen de computación, y puta, Lucho, me has prestado tu máquina y hay que celebrar. Celebramos, con bastante vodka y jugo de naranja en mi casa, pero no lloraba por éso. Lloraba por que, según ella, estaba abriendo su corazón.

Hablamos por primera vez. Contó de sus planes de fuga, de sus sueños cantar en una banda, de cómo se sentía sola, de su falta de billete. No llores, alcancé a decir. Me abrazó y terminamos con los corazones enredados y como dice la canción desnudos al amanecer nos sorprendió la luna

Las lágrimas son fáciles de fingir. Mis palabras nunca significaron nada para ella, ni para nadie. Quisiera no decir que nunca la volví a ver, y definitivamente no vale contar que cuando desperté, quise morir. No podía encontrar mi billetera, ni mi arito de plata de la suerte, ni mis lágrimas, ni mi vida. Se llamaba Patricia, y la odio.

Comments (1)

ala, se me hace ultra familiar esa historia, partes de ella...