10 minutos
Posted by luis | Posted in | Posted on 2:50:00 p. m.

Diez minutos son los que necesito para despertar completamente cada mañana, necesito menos tiempo para darme cuenta y lamentar que sigo vivo, pero esa es otra historia. El reloj suena a diez para las siete, lo miro como si entendiera las maldiciones y digo Cinco minutitos más, cuando pasan los cinco minutitos y pido cinco minutos más. Luego me levanto como por inercia pensando que la vida me debe diez minutos...
Me toma diez minutos comprobar que los esfuerzos de mi doctor por quitarme el resfriado serán en vano. Ya me conocen en el consultorio, saben que me he resfriado otra vez, todo me resfría: el aire, el sol, todo. Diez minutos de camino hasta la farmacia, comprar la ampolla recetada, y no dejar que me inyecten. Tiro la ampolla a la calle y compro caramelos de limón. ¿eso me curará? La vida le debe diez minutos al doctor...
Diez minutos necesito para enamorarme en cualquier fiesta. Llegar la fiesta sin que nadie note que he llegado, tomar hasta quedar casi ebrio, identificar a alguien que quiera bailar con un tipo casi ebrio, concentrarme para bailar salsa sin pisarla, decir los chistes de siempre, pedir el número telefónico de la incauta, jurar que la voy a llamar, y olvidar el teléfono. Sí, creo que todo eso me demora diez minutos, pero la vida me sigue debiendo…
Tengo que lograr que el taxi que me lleva a cualquier cita, cualquiera que sea, se demore diez minutos. Según yo, eso me va a traer suerte con la niña que, a duras penas ha querido salir conmigo, y se creerá mis historias y querrá salir conmigo denuevo. Cuando me doy cuenta de la cara de aburrimiento que ha puesto, y decido ser menos intelectual, es muy tarde. Faltan diez minutos para que se acabe su permiso.
Todos los viajes que hacían mis viejos siempre eran lo mismo. Los amigos se enteraban, y, a pesar que no quería abrirles la puerta, era demasiado tarde. Más o menos diez mil personas, muchos de ellos desconocidos, bebían, se besaban, rompían vasos, vomitaban y caían alcoholizados en mi sala. Cuando la fiesta acababa, todo el mundo se largaba en mucho menos de diez minutos, tiempo que demoraba el sermón de mi vieja.
Diez minutos exactos demoraban las discusiones diarias en mi casa: que por qué no te portas más formal, que por qué siempre das la contra en todo, que por qué no tienes enamorada, que por qué llegas ebrio todos los domingos, que por qué escuchas ese tipo de música, que por qué no eres como tus primitos (que tienen un comportamiento patético, casi homosexual) que por qué no se van a diablo todos.
Después de todo, la vida me sigue debiendo diez minutos para explicarle a la última chica de quien me enamoré (que es distinto que decir mi última enamorada) que no quise besar a su mejor amiga, que fue una trampa de mis hormonas, que no me interesa si me sigue odiando, que no me interesa si se casó, pero que sí me interesa que esté bien. Diez minutos, creo que por esos diez minutos, todavía no se me acaban las ganas de vivir.
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