LOS GOLES DE MI VIDA

Posted by luis | Posted in | Posted on 12:04:00 p. m.


El primer gol fue una mariconada. Corría el ya lejano 1982, jugabamos esos clásicos partidos de canchón de escuela. Cogí la pelota y traté de dominarla, pero alguien me pateó y caí como siempre, de rodillas. El “árbitro” que, me acuerdo, era practicante de Educación Física, vio mis lágrimas y pensó “al estupidito había que ayudarlo”. Penal.
¿Penal? Pero, si estamos en la mitad de la cancha, dijo Pedrito López. Penal, repitió el árbitro, y lo va a patear el fouleado. Íbamos perdiendo cuatro a cero. Pateé peor que una niña, es decir, como siempre. No sé a quién quiso engañar el arquero. Esa pelota la agarraba hasta yo. Pero se tiró a un lado y la pelota entró despacito. Gol grité. Me alzaron en hombros. Acabamos quince a uno.



En Diciembre del 82 estaba acostumbrado a jugar de regalo en cualquier equipo. El Pepito Tejada me fastidiaba, “Si quieres me quito para que patees al arco”. Agarré un pase equivocado y me fui solito al arco. Pude ver la cara de desesperado del Pepito mientras le rompía el arco. Gol, gol conchetumay, le gritaba en la cara. Fue el primer gol que grite con toda la bronca encima. Todavía era chibolo para mentar bien la madre

Para el 84 seguía jugando de mantequilla. Juani Salas siempre renegaba cuando me tocaba jugar en su equipo. Que Ramiritos juegue para ti, le decían. No ´copare prefiero jugar con cinco, decía el Juan, antes de las pichangas domingueras en el terral de la “urba". Lo miraba triste y me iba derecho a mi casa con mi camiseta número cinco sin ninguna gota de sudor.

Pero una vez no se pudo negar. Los de la “Ramón Castilla” vinieron a jugar, y faltaba gente. El Juan me rechazó otra vez, pero Eduardo Collantes, me dejó jugar. Déjalo que juegue el chibolo, rájate chibolo, mira que son los de otra “urba”, me dijo. El partido era amistoso, pero todos habían puesto cara de perro. Saqué de mi bolsillo la apuesta y comencé a jugar mi clásico.

Ningún gol que nos metieron fue por mi culpa. Íbamos perdiendo ocho a siete. Faltaban dos minutos, según un vecino que tomaba el tiempo y vendía jugo de naranja. Corner, todos marcados… todos menos yo. El Eduardo me la puso con la mano. Fue la primera vez que paraba de pecho una pelota. La dejé rebotar y le pegué con los ojos cerrados, con el corazón abierto…Gol, gol carajo, escuché gritar al Juan Salas.

Penales, penales, gritó Juan. No, jugamos cinco más dijeron los del frente, y se vinieron con todo. Corrí, pateé, empujé, me patearon, cometí dos faltas y volví a correr. No pasaron, defendí como pude hasta que acabó el partido. Ya sabía que no iba a patear los penales, así que no me sorprendí cuando los de mi equipo comenzaron a actuar como si no existiera.

Penales, ganamos cinco a cuatro. Ni me acuerdo quienes patearon, ni quieres fallaron. Vi los penales desde lejos, casi desde la puerta de mi casa. Grité el último gol como si fuera mío. Juan se cruzó dos o tres horas después conmigo en la calle, se acercó a mí y me dio un palmotazo en la espalda que hasta ahora me duele. Bien chibolo, bien carajo, dijo. Nunca más me volvió a hablar.

La canchita ya desapareció. Ahora es un parque de cemento donde los chicos juegan a patinar o a pararse de cabeza. A veces, de camino al Quinde, camino por el cemento lleno de recuerdos, y el pasado vuelve a mi encuentro. Vuelvo a ser feliz con mi número cinco pintado con lapicero en una imaginaria camiseta amarilla. Sonrío cuando creo escuchar, Déjalo, deja que juegue el chibolo.

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