TOBÍAS

Posted by luis | Posted in | Posted on 10:08:00 p. m.


La próxima semana voy a venir a verte más temprano, y no te preocupes, estas operaciones son así, vas a ver que te voy a encontrar corriendo. Tobías me miraba sonriendo, al menos eso parecía, desde su cama. Le habían operado la pierna. Estaba cansado, pero contento de verme. Aproveché que se durmió para preguntarle a la doctora, cómo estaba. Las noticias no eran ni buenas ni malas.

Recuerdo cuando Tobías llegó a mi casa. Yo lo recibí. En su familia eran muchos, así que mi mamá le dio la oportunidad de vivir con nosotros y aprender cosas nuevas. Mientras le enseñaba los rincones de la casa, Si quieres orinar me avisas para llevarte al baño, Tobías estaba asustado, Dónde está mi mamá, decía despacito. Caminaba mirando al suelo. Fue el inicio de una gran y larga amistad...




Nos hicimos hinchas de Alianza casi al mismo tiempo, sufrimos los goles que nos hacían y gritábamos goles que hacíamos. Habíamos inventado un juego en donde Alianza salía a la cancha con su capitán Tobías a la cabeza. Karinita ponía un cassette viejo con el sonido de la barra, y luego él entraba a toda velocidad, yo lo empujaba, al cuarto de mi vieja con mi camiseta, la número siete, puesta. Sale alianza señores. Él feliz.

Nunca tuvimos suerte con las chicas, pero a los dos nos gustaba la bohemia, al menos eso creo. En un acto de solidaridad, se las arreglaba para salir las mismas noches que yo salía. A dónde iba, nunca lo supe. Pero el enojo de mi mamá se transformaba en anécdota cuando se daba cuenta que llegábamos juntos. A dónde iba yo, y por que me tardaba tanto, tampoco me acuerdo, al menos no quiero acordarme.

Tampoco tuvimos suerte con el tráfico. A mi me atropelló un auto, se subió a la vereda y paso por encima de mi píe, una mañana en que como de costumbre estaba pensando en qué debía hacer para mandar al diablo a un antiguo amigo. A Tobías no lo atropelló nadie, salíamos de comprar el pan y un taxi apenas lo rozó con la parte delantera. Lo suficiente para, engreído como era, tirarse al suelo y gritar como si lo estuvieran matando.

Me asusté, sí, lo subí a un taxi y fuimos a buscar a la doctora. Aguanta Tobías, ya no llores amigo, le decía. Inútil, él lloraba y yo lloraba por que él lloraba. En el consultorio, fue todo otro drama. Tuve que apelar a mi escaso poder de convencimiento para que se deje inyectar un desinflamatorio. Vas a dormir en mi cama, dije. Esa noche dormí en el mueble de mi sala. Al día siguiente estaba corriendo otra vez.

Me la devolvió. Me devolvió el gesto quiero decir. Una noche, o tarde, en que la fiebre me partía la cabeza, recuerdo a Tobías al lado de mi cama, mirando por la ventana, esperando que me levante. Alanis sonaba en mi viejo mini componente, pero el recuerdo más vivo que tengo de esa tarde, es la cara de Tobías, mirándome como diciendo. ¿Vamos a jugar, viejo? ¿Vamos a vagar por ahí? Abrígate y vamos.

Se prestaba para todo. Si había que salir en una actuación de colegio, él no ponía resistencia. Hasta modelo fue en un concurso del colegio de Karina, lo eliminaron en la primera rueda, pero nadie se acuerda de eso. Nos acordamos más bien de lo ridículo que se veía con un chullo rojo que le conseguimos. Él pensaba que nos reíamos de alegría, y se reía con nosotros.

La próxima semana voy a venir a verte más temprano. Hay amistades que iluminan como el tizón más encendido y no se pueden apagar con toda el agua de un río. Ahora que me tengo que secar las lágrimas para terminar esto, me doy cuenta. Un infarto se llevó a Tobías la semana pasada. Tobías, amigo lector, era el primer perro que tuve. Se fue al cielo a la edad de 17 años humanos, 119 años caninos. Siempre te recordaré, amigo

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